DE GIOVANNI SARTORI
En este libro, publicado en 1997, el conocido cientista político Giovanni Sartori, autor de importantes obras que constituyen clásicos en su especialidad, aborda el papel que están desempeñando los multimedios y la televisión en especial en el público, así como también las características de la opinión pública en las democracias representativas de hoy, fuertemente dirigidas por el mundo de las imágenes y de los sondeos de opinión.
A diferencia de otras obras teóricas del autor como “la Política” o “teoría de la democracia”, ésta es una reflexión de los tiempos aguda, crítica, pesimista, diríamos casi apocalíptica. Sin embargo, es un libro que cumple con el papel de alertar, de llamar la atención a todas aquellas personas involucradas en procesos educativos, tanto a nivel familiar como institucional respecto de la influencia de la televisión en el plano individual, político y cultural. De fácil y rápida lectura, no es por ello una obra superficial. Invita a reflexionar en el mundo que estamos viviendo y ayuda a darse cuenta de los eventuales peligros a que podrían llevarnos los multimedia y muy particularmente la televisión, cuando se erige como el único factor de socialización de la persona desde su niñez.
La tesis central de Sartori es que la televisión y el video (imagen) modifican radicalmente y empobrecen el aparato cognoscitivo del “homo sapiens”, a tal punto que anula su pensamiento y lo hace incapaz de articular ideas claras y diferentes, hasta llegar a fabricar lo que él denomina un “proletariado intelectual”, sin ninguna consistencia. La cultura audiovisual es inculta y por lo tanto, no es cultura, afirma Sartori. Del “homo sapiens”, producto de la cultura escrita, se ha pasado al “homo videns”, producto de la imagen. Es más, el autor afirma que la televisión en la época actual no sería solo un instrumento, sino que es una “paideia”, un medio que genera un nuevo “ántropos”, esto es, un nuevo tipo de ser humano. Nos parece tan radical esta afirmación, porque equivale a imaginarnos que el hombre está expuesto a un sólo tipo de influencia (la televisión) en el mundo moderno, dejando de lado otros factores de socialización. La formación de la opinión pública es un proceso complejo, dinámico en el cual intervienen elementos que entran y salen de un embudo o túnel de la causalidad, según lo explican los autores Miller, Stokes y Coverse. Lo fundamental es la motivación y el interés que presenten las personas por cualquier tema, no sólo el político. Recordemos que en “la teoría de la democracia” Sartori nos plantea que el mundo construido por Orwell es una pesadilla “pero no un imposible”, puesto que “el sistema totalitario unicentrico de fabricación de la opinión es ya una realidad plena”[1]... ¿Se trata pues de un individuo aislado que al actuar se transforma en una masa homogénea, con una mente empequeñecida que cae a veces en el conflicto? Al menos es a lo que apunta en el capítulo 3 de la obra titulado “la aldea global”. Estaríamos aún en plena vigencia de la sociedad de masas al modo como la describe Ortega y Gasset, en donde no caben los conceptos de personas unidas en grupo, en comunión con otras, compartiendo y debatiendo temas controvertidos que son de su interés. Se anula la noción de persona y de público y con ello, la posibilidad de existencia de una auténtica opinión pública.
Sartori arremete decididamente en contra de la televisión, ya que ella sería la primera escuela del niño, formado en la imagen y después, transformado en un hombre que no lee, cuya capacidad de abstracción y de entender se ha visto empobrecida. Esta afirmación nos parece particularmente grave, puesto que aunque Sartori no lo dice explícitamente, debemos reconocer que en la época actual hay dos instituciones socializadoras en crisis: la familia, como primera formadora de hábitos, valores y actitudes y la segunda en importancia cronológica: la educación, las que deben ir en estrecha consonancia al menos en los primeros años de formación de la persona. Nuestro país no parece tan alejado de esta situación, al conocer los resultados del último informe de la Organización para el Desarrollo y la Cooperación en el que se señala que el 80% de los chilenos entre 16 y 65 años no tiene nivel de lectura mínimo para funcionar en el mundo de hoy, porque no comprenden lo que leen[2].
Si la familia y la educación están en crisis y si la persona desde pequeña está expuesta a un solo factor de socialización, la solución pasa por mejorar los dos primeros elementos y la calidad de la televisión. Es necesario que entendamos que el problema de fondo no está en que los medios de comunicación o los otros elementos de socialización sean buenos o malos en si. En lo que se refiere a los medios de comunicación en particular, “el uso que la gente hace de ellos puede producir efectos positivo o negativos”... y ellos “no son fuerzas ciegas de la naturaleza fuera del control del hombre”. Es más, “la gente elige usar los medios de comunicación social con fines buenos o malos, de un modo bueno o malo”[3]. Se trata de opciones que el hombre hace. Nos parece que este es el punto central que Sartori no aborda al menos en este libro: una visión esperanzadora del hombre, que tiene siempre abierta la posibilidad de escoger el bien.
En esta obra Sartori se concentra solamente en los efectos cognoscitivos que la televisión produciría en el hombre. Se olvida que no basta la información para que exista una correcta opinión pública que sirva de contrapeso real a otros poderes de la sociedad. El “homo videns” sólo podría resurgir como una persona si a la dimensión cognoscitiva se le agrega la dimensión ética-formativa. No concebimos una opinión pública que no esté conformada por personas con una correcta información y conocimiento, sino también y lo que es más importante, con un reconocimiento de la Verdad, lo que le permitirá distinguir el error, la falsedad, despejar dudas e incertidumbres, evitar los estereotipos, la desinformación y opinar sobre aquello que es contingencia, objeto de opinión y no sobre aquello que no lo es: la Verdad. Si bien la ”doxa difiere del conocimiento científico, no por ello debemos relegarla como lo hiciera Platón al lugar de saber intermedio, sino que debemos elevarla, como lo hiciera Aristóteles, dotándola de una dimensión ética. Si bien Sartori aborda el tema de la Verdad en “la teoría de la democracia”, lo hace con un cierto escepticismo al referirse al problema de la autonomía de la opinión pública: ”en el fondo todo gira alrededor de la creencia valorativa en la verdad-en el valor de la verdad. Pero vivimos ahora en un mundo repleto de persuasores ideológicos para quienes la “causa” tiene prioridad sobre la verdad”[4].
Lo anterior podría encontrar explicación en la época en que el autor escribiera su libro, antes de la caída del muro de Berlín. Quizás ahora Sartori ha sustituido las ideologías por el poder total que le concede a la televisión, no ya como un mero instrumento, sino como un elemento que EN SI Y POR SI MISMO PROMUEVE E INSPIRA LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD, al modo como se concebían los efectos de los medios en su primera fase, en la que se les atribuía un gran poder, fruto de la experiencia vivida en la segunda guerra mundial, en donde la opinión pública estaba totalmente manipulada y controlada por el estado. Lo cierto es que las democracias modernas son un tanto más complejas, vivimos lo que Robert Dahl denomina una “poliarquía”, esto es, han surgido una multiplicidad de actores que compiten entre si e influyen en la sociedad.
Coincidimos con Sartori cuando al abordar el tema de la formación de la opinión pública afirma que las opiniones son ciegas y débiles por la influencia de la televisión y de la sondeodependencia, para referirse al poder que han tomado las encuestas de opinión. Como se sabe, éstas son un mero instrumento empírico para medir opiniones en un momento dado, y constituyen meras probabilidades, tendencias o aproximaciones a la verdad, y por lo tanto, pueden equivocarse. Falta un mayor espíritu crítico en la sociedad para saber interpretarlas y sin duda, la televisión no ayuda mucho a ello.
Concretamente en lo que se refiere a la influencia de la televisión en la política, concordamos con el autor en el sentido que ella la personaliza, la hace más emotiva, “rompe el equilibrio entre pasión y racionalidad”, homogeniza y hasta promueve el conflicto. El resultado final es que el pueblo se debilita, no decide la solución de los temas.
A resolver, sino que se limita a elegir quién decidirá. Con mucha propiedad, Sartori advierte que a un incremento del “demopoder”, debería corresponder un incremento del “demosaber”. De otra forma, la democracia se convierte en un sistema de gobierno en que son los más incompetentes los que deciden.
El demos debilitado de Sartori lo está no sólo en su capacidad de entender, sino también en su pérdida del sentido de comunidad. La televisión crea una “multitud solitaria” y lo que nos espera es una “soledad electrónica”. Nuevamente se pierde la noción de persona y de público. Lo que prima en Sartori es esa visión pesimista de la multitud, presa de sus emociones, incapaz de pensar por si sola, expuesta a una sola influencia y determinada por ella, sin libertad. Si esto es así, la opinión pública no sólo como concepto, sino también como realidad se vería amenazada, y con ello la existencia de una verdadera democracia participativa. Estaríamos frente a lo que se podría denominar el ”totalitarismo de la imagen”.
En síntesis, si bien el autor llama la atención sobre algunos fenómenos que se están dando en la sociedad moderna en el nivel individual y de la sociedad, nos deja la sensación que el hombre ha perdido su libertad, porque se olvidó del ”logos” y puso énfasis en el instrumento o más bien dicho, está determinado por éste, lo que deja pocas esperanzas. Creemos que en este libro Sartori expone un pensamiento extremo, en el que se le atribuye un poder casi total a la televisión y al poder de la imagen. Ello es útil sin embargo, en la medida que nos lleva a reflexionar sobre el uso que el hombre pudiera estar haciendo de los medios de comunicación, en particular de la televisión. Sartori nos lleva a una pregunta fundamental: ¿es que el hombre ha perdido su libertad? O más bien dicho, ¿la ha entregado al instrumento creado por él? Nuestra visión es y debe ser siempre esperanzadora. El hombre debe ser cada día más persona y menos individuo aislado, servirse del progreso y de la tecnología como instrumentos del bien, sin erigirlos como dioses, ni olvidar que “está llamado a vivir en comunión con Dios a través de su prójimo”[5]; que los medios de comunicación son meros instrumentos que no sustituyen personas ni políticas, por lo tanto tienen un valor relativo y deben ser puestos al servicio del bien de la persona; que la opinión pública arranca del individuo libre y que para ello es esencial distinguirla de la Verdad, para ser verdaderamente “doxa” formada, con una dimensión ética; que debemos imperiosamente reforzar otros factores formadores de opinión pública que son relevantes: la familia y la educación. La primera, como formadora de hábitos, valores y creencias y como dice Rafael Alvira, como modelo para las sociedades intermedias y para la “res publica”; que la dimensión cognoscitiva no es la única ni quizás la más importante de la opinión pública. Lo que queremos decir es que ella no basta. A ella es preciso agregar su dimensión sicológica pero también la dimensión ética. La principal limitación del libro que estamos comentando radica en que se centra sólo en los efectos cognoscitivos que la televisión estaría provocando en las personas y en la política, olvidándose Sartori de los valores, condición indispensable para la formación de una recta opinión pública.
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[1] G. Sartori, “Teoría de la Democracia”, capítulo V, Ed. Rei, Buenos Aires, 1987.
[2] Diario El Mercurio, suplemento Artes y Letras, 2 de julio, 2000.
[3] “Etica en las comunicaciones sociales”. Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, en L’Osservatore Romano, 9 de junio, 2000.
[4] G. Sartori, obra citada.
[5] “Etica en las Comunicaciones Sociales”. Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales.
RESEÑA DEL LIBRO
Verónica Neghme Echeverría Directora Centro de Documentación
Universidad Gabriela Mistral